~ Hacer arte no es ni fácil, ni difícil: es las dos cosas. O es, más bien, incómodo, como visitar la casa de alguien. Uno deja atrás las máscaras de la calle, se quita el abrigo y tal vez los zapatos. Permanece rígido en la silla que le ofrecen y admira los espacios y objetos que conforman el lugar, cada vez menos desconocido. Con el tiempo uno coge confianza y se comporta cada vez con más soltura y naturalidad. Ahora conoce no solo dónde están el baño y los cubiertos, sino hasta qué punto puede ser sí mismo en tanto que huésped en esta casa.
~ Escribir me viene bien siempre y cuando no busque nada. Es contradictorio, porque yo busco cosas mientras escribo, o escribo como búsqueda, entonces, no puedo escribir sin buscar, o supongo que sí puedo, pero sería un modo distinto de escribir, uno nuevo, donde nada busco, e imagino que nada encuentro. ¿Qué clase de escritura es esa?
~ Para empezar, no hay nada. Hay, acaso, unas ganas, una semilla de algo que ya sabe qué va a ser pero no se sabe desde fuera. Yo no sé qué va a ser este texto, pero este texto sí tiene la información en sí de lo que va a ser. Yo, como humana, no puedo hacer más que regarlo y cuidarlo y ver qué sale, en qué se convierte. Acompañar a este texto en su adolescencia y luego verlo crecer, independizarse, y tomar decisiones más allá de mis deseos. Ahora ya es un animal libre, y yo como mucho le he puesto una correa, más simbólica que otra cosa, y mi trabajo aquí está hecho, que no era hacerlo perfecto sino permanecer junto a mi texto viviente en su temprana existencia textual.
~ He escrito un texto. Y ahora, ¿qué hago con él? El texto sigue escribiéndose, soy yo quien lo escribe, pero a la vez no es mío, sino que es suyo, o no es de nadie, y yo solo ando a su lado, pero claramente este texto es mío, ¿de quién va a ser? Ahora estoy confundida y siento que avanzo sin querer avanzar, detesto esta sensación, como la de estar en una fiesta sin poder irme, o seguir en una conversación que me aburre. Respiro. Querer irme sin irme es quedarme. Si me quiero ir quedándome, algo no estoy haciendo bien. Me detengo (dejo de pensar) y me voy a otra cosa. Gracias por invitarme, debo irme, cojo mi abrigo, y me voy.
~ La magia de la Gestalt, o la magia de la vida for that matter, es aprender a ver que hay un caballo en el momento presente y que está vivo, que ese caballo ocupa el espacio entre uno mismo y el momento presente. Y que si uno ve ese caballo, uno ve que tiene poder de reacción y de acción sobre sí mismo y el mundo, o mejor sobre sí mismo en reacción al mundo. Y uno puede cuidar de ese caballo preguntándose ¿qué me está pasando?, ¿por qué estoy así?, preocupándose genuinamente por el estado de sí mismo.
También puede relacionarse con el caballo animándolo a andar más rápido, o sacándolo del arbusto y conduciéndolo de vuelta al camino, porque ahora no tocaba comer, ahora tocaba una excursión hasta el castillo. Porque, no lo olvidemos, el caballo no decide. Quien decide soy yo, es cada uno de nosotros. Si estoy triste, si mi caballo está triste, voy a cuidarlo. Y ya veré si lo hago trabajar o si me lo llevo a dar un masaje, o un paseo tranquilo al paso. Si mi caballo está ansioso, veré qué necesita.
Y cuanto más conozca a mi caballo, más sabré qué necesita, qué le hace bien. Nuestro vínculo será de confianza si le doy libertad total para estar como esté. Si él percibe que no me enfado por su estado, sino que le doy espacio y lo atiendo, él trabajará conmigo en la medida de lo posible. Al fin y al cabo es un animal, el más noble y poderoso de todos, pero animal al fin y al cabo. Y mi caballo efectivamente soy yo, es el cuerpo, yo soy quien está triste, pero si soy yo quien está triste, ¿quién me cuida? Si me veo como el caballo triste, doy espacio a una consciencia superior que me permita sentirme así, que me atienda y me sosiegue.
~ Dibujar es el arte de mirar y mover a la vez un lápiz.











